Filosofía del nazismo
Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo, texto de 1934, nos abre las puertas a la crítica de Lévinas al nazismo: texto precoz, porque es escrito muy poco después del ascenso de Hitler al poder y porque adelanta algunos temas que preocuparán a Lévinas a lo largo de toda su vida. Antes de analizar sus ideas, una aclaración: Lévinas agrega en una nota de 1990 que estas reflexiones surgen de su convicción de que el nazismo no es una aberración sino una consecuencia lógica (aunque no necesaria) de todo el pensamiento occidental, y en particular el pensamiento de Heidegger. A partir de esto, algunos plantean que este texto marca el gran quiebre de Lévinas con su maestro. Sin embargo, yo no veo (quizás por mi ignorancia) todavía un intento claro de Lévinas de desmarcarse de Heidegger ni una crítica radical de la tradición filosófica occidental: en Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo, veo una crítica temprana y aguda del nazismo, un intento de comprender al nazismo en relación a otras ideologías y una advertencia sobre su peligro para la civilización. Entiendo también que, a la luz de la trayectoria futura de Lévinas y quizás incluso a la luz de sus propias experiencias y reflexiones en ese momento, sea posible pensar a este texto como parte de un proceso de examen y crítica de la tradición filosófica occidental. Sin embargo, contra lo que el propio Lévinas escribe en su nota de 1990, no encuentro todavía un quiebre claro con Heidegger: por lo menos, no uno explícito. Tampoco veo un enjuiciamiento de la filosofía occidental a partir del nazismo (gesto que sí se repetirá más tarde a lo largo de la obra de Lévinas).
El texto empieza con una declaración sobre la naturaleza del nazismo:
La filosofía de Hitler es primaria. Pero las potencias primitivas que se consuman en ella hacen que la fraseología miserable se manifieste bajo el empuje de una fuerza elemental. Despiertan la nostalgia secreta del alma alemana. Más que un contagio o una locura, el hitlerismo es un despertar de sentimientos
Pero desde entonces, terriblemente peligroso, el hitlerismo se vuelve interesante en términos filosóficos. Pues los sentimientos elementales entrañan una filosofía. Expresan la actitud primera de un alma frente al conjunto de lo real y a su propio destino. Predeterminan o prefiguran el sentido de la aventura que el alma correrá en el mundo.
Lévinas comienza con dos ideas fundamentales: la primera, el nazismo apela a los sentimientos elementales; la segunda, el nazismo es una filosofía. Lévinas considera (correctamente, a la luz de los hechos posteriores) que el nazismo no es una enfermedad pasajera ni una locura inexplicable: es un fenómeno con raíces profundas, elementales. El nazismo surge de sentimientos arraigados en lo más hondo de la tradición occidental, de impulsos escondidos bajo el fango de la razón: el hitlerismo es elemental, básico e instintivo. No es una mera idea política sino una filosofía de vida que pone en jaque a toda la civilización: si vamos a la fuente más originaria del nazismo, veremos que, en el fondo, es un intento de redefinir a la civilización y fundamentarla bajo principios absolutamente distintos de los conocidos hasta este momento.¿Contra qué idea fundamental se alza el nazismo? Contra la libertad. El judaísmo, el cristianismo, el liberalismo y el marxismo, cada uno a su manera, consideran la libertad humana como un pilar básico de su forma de ver el mundo: estas ideologías consideran al ser humano como un sujeto que puede elevarse por encima de la mera animalidad y de la naturaleza. El hombre no es una cosa entre las cosas: es un sujeto dotado de libre albedrío. En este sentido, Lévinas relaciona la libertad con la trascendencia: la capacidad de ponerse por encima de la naturaleza, de no estar condicionado, determinado y/o atado a lo terrenal, la potencialidad de ser distinto a lo que uno es. Trascender es no estar subyugado a lo corporal, a la historia, al pasado, a lo terrenal o a la materia.
Para caracterizar al nazismo, Lévinas escribe:
El cuerpo no es sólo un accidente desgraciado o feliz que nos pone en relación con el mundo implacable de la materia: su adherencia al yo vale por sí misma. Es una adherencia de la cual no se escapa y que ninguna metáfora podría confundir con la presencia de un objeto exterior; es una unión a la cual nada podría alterarle el gusto trágico por lo definitivo.
Este sentimiento de identidad entre el yo y el cuerpo -que por supuesto no tiene nada en común con el materialismo popular- no permitirá pues jamás a aquellos que quieran partir de él encontrar, en el fondo de esa unidad, la dualidad de un espíritu libre que se debate contra el cuerpo al que habría sido engarzado. Para ellos, al contrario, toda la esencia del espíritu consiste en este encadenamiento. Separarlo de las formas concretas con la que ahora mismo se halla comprometido es traicionar la originalidad del sentimiento mismo del que conviene partir.
La importancia atribuida a este sentimiento del cuerpo, con el que el espíritu occidental nunca ha querido conformarse, está en la base de una nueva concepción del hombre. Lo biológico, con todo lo que comporta de fatalidad, se vuelve algo más que un objeto de la vida espiritual, se vuelve el corazón. Las misteriosas voces de la sangre, los llamados de la herencia y del pasado a los que el cuerpo sirve de enigmático vehículo, terminan perdiendo su naturaleza de problemas sometidos a la solución de un yo soberanamente libre. El yo no aporta más que las incógnitas para resolver estos problemas. Está constituido por ellos. La esencia del hombre no está en la libertad, sino en una especie de encadenamiento. Ser verdaderamente uno mismo no es echar a volar de nuevo por encima de las contingencias, extrañas siempre a la libertad del yo; es, al contrario, tomar conciencia del encadenamiento original ineluctable, único, a nuestro cuerpo; es, sobre todo, aceptar ese encadenamiento.
Desde entonces, toda estructura social que anuncia una liberación con respecto al cuerpo y que no lo compromete se vuelve sospechosa como una deslealtad, como una traición. Las formas de la sociedad moderna fundadas sobre el acuerdo de voluntades libres no parecerán sólo frágiles e inconsistentes, sino falsas y mentirosas. La asimilación de los espíritus pierde la grandeza del triunfo del espíritu sobre el cuerpo. Se vuelve obra de falsarios. Una sociedad de base consanguínea resulta de esta concretización del espíritu. Y entonces, si la raza no existe, ¡hay que inventarla!
Lévinas piensa que la idea fundamental del nazismo no es ni el racismo, ni la supervivencia del más fuerte, ni el autoritarismo, ni la conquista de la tierra, ni el militarismo, ni la razón instrumental puesta al servicio del dominio y la opresión, ni el antiliberalismo, ni el anticomunismo, ni la reacción al Iluminismo. La idea fundamental del nazismo es el encadenamiento a lo corporal: la subyugación del espíritu a la materia. En otras palabras, la pérdida de la distancia entre el mundo de las ideas y el mundo de la materia.
Lo que quiere decir Lévinas con esto es lo siguiente: el ser humano tiene libre albedrío. Esa libertad primordial existe porque el ser humano actúa en el mundo material, pero no está predeterminado por la materia. El ser humano también tiene acceso al mundo de las ideas: a través del pensamiento, puede ponderar distintos valores morales, estéticos y espirituales y elegir cuáles de estos valores hará propios. Hay una distancia entre el mundo de las ideas y el mundo material, y esa distancia está mediada por el pensamiento. Cuando esa distancia se rompe (o sea, cuando el hombre identifica a las ideas con la mera materia), el ser humano se ata a una idea y la toma como única: ya no hay una respetable distancia que permite evaluar. Hay una verdad única, que se recibe por herencia biológica y que se acepta por el peso mismo y la opresión del cuerpo: no hay posibilidad de escape porque no hay trascendencia que permita despegarse de la mera corporalidad. Hay un eterno retorno de lo mismo sin posibilidad de cambio; un encadenamiento al cuerpo; un hombre sometido a los impulsos elementales; un ser humano atado a la materia.
Basta por hoy. En próximas entregas, más sobre Lévinas: nos metemos de lleno en su crítica a la filosofía occidental y su intento de redefinición de las categorías fundamentales de Heidegger.
Nos vemos cuando nos veamos.